
Todos los días pasan como el viento. Fuertes al principio y luego lentos, llenando tu mente de ideas estúpidas de felicidad, alegría o esperanza y eso no existe.
El hombre está condenado a morir. En el mundo, lo más cruel de todo es que te arrojan a la vida dejándote claro que no hay salida. Que el fin está ahí.
Que vas a dejar de sentir, de soñar, de llorar, de oler, de oir,…
Llegará un momento en que te digan “esto se acabó”. Y será cuando menos te lo esperes, será cuando estés “feliz”, “alegre”, “contento”.
¡La felicidad! Ese invento humano para hacerte creer que existe una meta en nuestras vidas, insulso nominativo para insultar nuestra inteligencia y hacernos inconformistas de nuestra propia felicidad. La que rezuma de las flores, de las hojas, de la vida.
Paradoja intensa que te proporciona el vivir. La felicidad inventada contra la felicidad cotidiana, la de las pequeñas cosas.
Ya no puedes más.
Antes que venga alguien a quitarte tu aparente felicidad cotidiana, acabarás con esto. Prefieres desaparecer como tu quieres y en el momento en que lo desees, a que cuando menos me lo esperes, cuando tengas la felicidad susurrándote a tu oído, venga alguien y te recuerde tu estúpida realidad. Tu eliges este camino.
Cuando caiga el rocío por la madrugada, ya no estarás en tu felicidad eterna, esa que no existe…