15 de diciembre de 2007

Friedrich Nietzsche

Las tres afirmaciones:

Lo no aristocrático es lo superior (protesta del «hombre llano»).
Lo antinatural es lo superior (protesta de los maldotados).
Lo mediano es lo superior (protesta del rebaño, de los «mediocres»).

En la historia de la moral se expresa pues una voluntad de poder,por medio de la cual unas veces los esclavos y oprimidos,otras veces los maldotados y sufrientes-en-sí y otras veces los mediocres, tratan de hacer triunfar los juicios de valor que les son más favorables.

La creencia en que el mundo que debería ser, es, existe realmente,es una creencia de improductivos que no quieren crear un mundo tal como debe ser.Lo ponen como existente y buscan los medios y caminos para llegar a él.«Voluntad de verdad» como impotencia de la voluntad de crear.
A la grandeza le pertenece lo terrible: que nadie se deje engañar.

Los estados en que ponemos plenitud en las cosas y las componemos artísticamente hasta que reflejen nuestra propia plenitud y alegría de vivir:el impulso sexual, la embriaguez, el buen comer, la primavera, la victoria sobre el enemigo,el momento de bravura; la crueldad; el éxtasis del sentimiento religioso.TRES elementos principalmente: el impulso sexual, la embriaguez y la crueldad; todos ellos pertenecen al más antiguo júbilo FESTIVO del hombre; igualmente todos ellos predominan en el «artista» que comienza.
«Quiero esto y aquello»,
«me gustaría que esto y aquello fuera así»,
«sé que esto y aquello es así».
Los grados de la fuerza: el hombre de la voluntad, el hombre del deseo, el hombre de la creencia.

La moral es exactamente tan inmoral como cualquier otra cosa sobre la tierra: la moralidad misma es una forma de inmoralidad.Natural es nuestra posición sobre la naturaleza; ya no la amamos por su «inocencia», «razón», «belleza», sino que la hemos bellamente «endemoniado» y «embrutecido».Pero en lugar de menospreciarla por ello, nos sentimos con ella másemparentados y mejor acogidos. No aspira a la virtud, por eso la estimamos.


Amo a los infelices que se avergüenzan de sí mismos, que no derraman llenos de orgullo sus orinales en la calle, que tienen suficiente buen gusto en el corazón y en la lengua como para decirse: «hay que honrar tal infelicidad, hay que disimularla»...Hay que haber experimentado algo más terrible y profundo que los señores pesimistas de hoy día, esos estériles monos a los que no les ha pasado nada terrible ni profundo, para que se pueda respetar su pesimismo.
El «mundo verdadero» tal como siempre hasta hoy ha sido concebido, ha sido siempre el mundo aparente otra vez.

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